martes, 1 de octubre de 2013

Y en esa calle oscura, por la que debo pasar todas las noches, ella es la causa de que el vello de todo mi cuerpo se erice, esa atmósfera misteriosa, pero a la vez tenebrosa... La causante de que mis pupilas se dilaten, que el corazón se me acelere, que pueda escuchar mi pulso perfectamente.
La causante de que el viento ente por las mangas de mi sudadera y tenga que agarrarlas con todas mis fuerzas, para poder concentrarme en otra cosa que no sea la oscuridad  o los ruidos de medianoche.
Por la que debo encender el cigarro que me dio mi amiga para probar, para tranquilizarme, para tener un mínimo de luz, pero también un creador de experiencias inolvidables, las que cada vez que pienso en ellas hacen que las mariposas de mi estómago salgan de sus capullos para hacerme sonreír. Por la calle oscura, por el cigarro ardiente, él apareció, rubio y con ojos verdes, los que te invitaban a mirar dentro de él, pero que ellos miraban dentro de mi a la vez. Él que me miró solo un instante y me pidió una calada de un cigarro que odiaba fumar y en una calle en la que me daba miedo pasar. Su sonrisa y su fugaz presencia es lo que siempre me tranquilizó. Cuando se fue el vello de mi piel estaba erizado, mi pulso sonaba en mi cabeza aún más fuerte y el corazón se me iba a salir del pecho, pero ahora ya no me molestaba.

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Hadas perturbadas(: