* * *
Podría haberme bañado en sudor si
hubiese querido. Estaba empapada y agradecía hasta la más mínima
brisa. Las gotas me caían por los ojos y me limpié la cara con el
dorso de la camiseta.
Llevaba en el skatepark desde que
había amanecido y, ya casi era media mañana. Me dolían los pies,
las rodillas, las costillas, pero era un dolor bueno. Había estado
tan ocupada con los últimos exámenes, el trabajo y la familia, que
sentía que me merecía un descanso. Miré al cielo y me senté en el
suelo. Había echado de menos esa sensación: la falta de aire a
causa de la adrenalina que me causaba patinar.
Llamé a Amber para quedar con ella,
pero limpiar un sábado era una gran pérdida de tiempo. Aunque eso
me bastaba para salir de casa. Decidí irme cuando ya venían las
primeras personas. Ellos empezaban y yo terminaba.
A esa hora de la mañana no había
casi nadie por la calle y, eso me encantaba. Parecía que la calle
era mía y podía ir haciendo cualquier tontería sin molestar a
nadie. Ahora que iba más deprisa, el aire golpeaba mi piel y hacía
que se me erizara el vello.
Miré el mar y vi a los pocos
surfistas que cogían las primeras olas del día.
Cada vez avanzaba más hacia mi casa me
sentía peor y la buena sensación de libertad se estaba yendo. A esa
hora, solo estaban despiertas mis dos hermanas pequeñas, pero rezaba
para que no lo estuvieran. Por el ruido que formaban siempre
despertaban a mi madre de mal humor.
La carretera era mía y los pocos
coches que pasaban se me quedaban mirando. Eso me encantaba: destacar
en algo a lo que los demás se le daba mal. Me hacía sentir
importante en mi mundo. Bailar con el aire era lo mejor que sabía
hacer. Varias curvas y rectas hasta llegar a mi casa: un piso de los
años sesenta que parecía abandonado. Eran uno de los pocos que
quedaban. La fachada era de ladrillo marrón y, si no fuera por la
vida que se veía a través de la ventana, serían capaces de
demolerlo.
La mayoría de mis vecinos eran
ancianos que a duras penas saludaban por las escaleras, aunque era
mejor así y no como los típicos ancianos de las películas que
escuchaban detrás de la puerta o te preguntaban por cualquier cosa
hasta sacarte hasta el más mínimo secreto.
Las escaleras estaban hechas una
porquería. La señora de la limpieza casi nunca iba.
Era el típico escenario donde irían
unos yonkis a consumir -más de una vez vinieron pensando que el
edificio estaba abandonado-. Metí la llave en la cerradura con mucho
cuidado para que no se percataran de que entraba. Me asomé un poco
por la puerta y el salón estaba vacío. Entré de puntillas y dejé
el skate en la entrada. Dí pasos gigantes y giré a la derecha,
donde estaba la cocina
y, no había nadie. Fui a la habitación
de mis hermanas, abrí un poco y vi que estaban dormidas. La poca luz
que entraba, se les reflejaba en sus cabezas rubias y, parecían dos
soles. Sonreí y volví a cerrar la puerta. Pasé de largo de la
habitación de mi madre porque sabía que a esa hora nunca estaba
despierta aunque quisiese. Fui al baño a darme una ducha de agua
fría y, me fijé en mi reflejo. Estaba roja, tenía el pelo
alborotado y con una herida en el hombro derecho. No había cambiado
nada, seguía siendo la misma de siempre.
No me parecía a mis hermanas, que
eran rubias con los ojos azules. Ellas eran como mi padre, que apenas
habían visto y poco se acordaban de él. Mi madre había quemado
todas las fotos donde aparecía, excepto una, que la tenía
escondida.
Yo, en cambio, lo único que tenía
de rubio eran mis mechas californianas que habían sido producto de
una apuesta con Amber.
Lo que odiaba es que yo era como el
joven doble de mi madre y me odiaba por eso, pero dejé que esas
ideas se las llevara el agua oscura que corría por el desagüe.
Sentía cada gota que me caía en la cara como un alivio para todo.
Me tomé bastante tiempo hasta
terminar. Luego fui a mi habitación y me puse el bikiny, sabía que
lo terminaría utilizando al cabo de la mañana, encima una camisa de
tirantes gris y unas calzonas vaqueras. Escuché unos pasos y risas,
por lo que supuse que eran mis hermanas. Hice como si no me hubiera
dado cuenta y fui otra vez a su habitación, donde seguramente
estaban escondidas detrás de la puerta mirando lo que estaba
haciendo. Cuando escucharon que me estaba acercando se volvieron a
meter rápidamente en la cama, haciendo que chirriaran los muelles,
delatándolas. Abrí la puerta y cada una estaba en su cama con una
sonrisa en la cara.
Cogí a Stacy, que estaba en el lado
derecho y la llevé hasta la cama de Stephanie, al lado contrario.
Dejaron ver sus pequeños dientes, pero se resistían a abrir los
ojos. Empecé a hacerles cosquillas. Se retorcían y cada vez reían
más alto. Al fin abrieron los ojos y se levantaron como un resorte.
Yo fui a cogerlas todo lo rápido que pude y abracé fuerte a Stacy,
mientras que Stephanie se agarró a mi pierna como un mono.
El ruido era considerable y oí un
bostezo que provenía de la habitación de mi madre. Les hice un
gesto a mis hermanas para que se callaran. Tenía que irme enseguida,
daba igual a dónde tuviera que ir, aunque la puerta estuviera
cerrada, sabía que dentro de poco entraría para ver a las niñas.
De pronto, la puerta se abrió y nos
miró a las tres.
-¿Es que no puedo dormir tranquila
ni un día? -las risas ya se habían acabado y mis dos hermanas
bajaron la cabeza a modo de arrepentimiento, menos yo.
-Ha sido culpa mía. Las he
despertado cuando me he duchado -rezaba por que no me preguntara si
me había ido más temprano a patinar.
-Cómo no, siempre tú. Pues intenta
hacer menos ruido -dijo mientras se frotaba los ojos Menos mal por lo
menos no se había dado cuenta, pero no podía tomarla enserio con el
aspecto que tenía: un pijama con un oso gigante en el pecho de hacía
ya muchos años, el pelo alborotado y los ojos hinchados -. ¿Qué
hora es?
-La ocho y media.
-¿Qué? Y yo me levanto a estas
horas en verano. ¿Es que no podéis dejar de molestar? -dijo
mirándonos a cada una y suspiró.
-Cállate, ya te he dicho que ha
sido culpa mía. Duérmete si quieres otra vez. De todas formas eso
se te da genial -me levanté, la aparté de la puerta y fui a la
cocina. No me podía callar, pero sabía que me estaba metiendo en
problemas.
-Uh, ¿ya vienes de malas maneras?
¿Sabes que a mí no me puedes hablar así? Sino, ya sabes que fuera
de casa.
-Entonces, ¿quién te ayudará a
pagar la mitad de la hipoteca?- en ese momento se quedó en callada.
Ella apenas trabajaba y, si lo hacía, era limpiadora de una mujer
con bastante dinero, que no era nada amable. Yo trabajaba en una
tienda de skate y mi padre solo le daba a mi madre la pensión
alimenticia de las niñas, que misteriosamente se quedaba en lo justo
para la comida.
-Sabes que ese es tu deber. Me
tienes que ayudar a pagar, porque vives bajo mi techo -estaba de
acuerdo, podía pagarlo sin ningún problema, pero, ¿mantenernos a
todas? Un retundo no. Solo lo haría si no tuviera más opción.
-Prefiero irme de casa antes que
tener que escuchar tus estupideces -dije indiferente.
-Pues vete. No sabes hacer otra cosa
que montar en esa tabla. Como te veas en la calle dentro de unos años
no pienso ayudarte -pensaba que podía hacerme daño con esas
palabras, pero se equivocaba.
-Si fueras tú la que estuviese en
la calle seguro que la cosa cambiaba. Por lo menos yo sé hacer algo,
no como tú -fui a la entrada. Me despedí de mis hermanas con un
gesto de mano, que estaban sentadas en el pequeño sofá del salón
con un semblante triste.
Mi madre me siguió hasta la puerta,
gritando cosas a las que dejé de prestar atención y, le cerré la
puerta en las narices.
Luego en la calle no sabía qué
hacer. Era demasiado temprano para llamar a Amber y no quería
molestar a Eric con mis historias familiares, ya que hoy era día de
chicos y estaba con Jackson.
Busqué en los bolsillos algo de dinero
para ir a tomar algo a una cafetería, pero en vez de eso encontré
algo mucho mejor. La copia de las llaves de la moto de Jackson. Esa
mañana iba a ser muy divertida.
* * *
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Hadas perturbadas(: