martes, 8 de abril de 2014

Capítulo 2

                                                                          * * *

 Podría haberme bañado en sudor si hubiese querido. Estaba empapada y agradecía hasta la más mínima brisa. Las gotas me caían por los ojos y me limpié la cara con el dorso de la camiseta.
Llevaba en el skatepark desde que había amanecido y, ya casi era media mañana. Me dolían los pies, las rodillas, las costillas, pero era un dolor bueno. Había estado tan ocupada con los últimos exámenes, el trabajo y la familia, que sentía que me merecía un descanso. Miré al cielo y me senté en el suelo. Había echado de menos esa sensación: la falta de aire a causa de la adrenalina que me causaba patinar.
Llamé a Amber para quedar con ella, pero limpiar un sábado era una gran pérdida de tiempo. Aunque eso me bastaba para salir de casa. Decidí irme cuando ya venían las primeras personas. Ellos empezaban y yo terminaba.
A esa hora de la mañana no había casi nadie por la calle y, eso me encantaba. Parecía que la calle era mía y podía ir haciendo cualquier tontería sin molestar a nadie. Ahora que iba más deprisa, el aire golpeaba mi piel y hacía que se me erizara el vello.
Miré el mar y vi a los pocos surfistas que cogían las primeras olas del día.
Cada vez avanzaba más hacia mi casa me sentía peor y la buena sensación de libertad se estaba yendo. A esa hora, solo estaban despiertas mis dos hermanas pequeñas, pero rezaba para que no lo estuvieran. Por el ruido que formaban siempre despertaban a mi madre de mal humor.
La carretera era mía y los pocos coches que pasaban se me quedaban mirando. Eso me encantaba: destacar en algo a lo que los demás se le daba mal. Me hacía sentir importante en mi mundo. Bailar con el aire era lo mejor que sabía hacer. Varias curvas y rectas hasta llegar a mi casa: un piso de los años sesenta que parecía abandonado. Eran uno de los pocos que quedaban. La fachada era de ladrillo marrón y, si no fuera por la vida que se veía a través de la ventana, serían capaces de demolerlo.
La mayoría de mis vecinos eran ancianos que a duras penas saludaban por las escaleras, aunque era mejor así y no como los típicos ancianos de las películas que escuchaban detrás de la puerta o te preguntaban por cualquier cosa hasta sacarte hasta el más mínimo secreto.
Las escaleras estaban hechas una porquería. La señora de la limpieza casi nunca iba.
Era el típico escenario donde irían unos yonkis a consumir -más de una vez vinieron pensando que el edificio estaba abandonado-. Metí la llave en la cerradura con mucho cuidado para que no se percataran de que entraba. Me asomé un poco por la puerta y el salón estaba vacío. Entré de puntillas y dejé el skate en la entrada. Dí pasos gigantes y giré a la derecha, donde estaba la cocina
y, no había nadie. Fui a la habitación de mis hermanas, abrí un poco y vi que estaban dormidas. La poca luz que entraba, se les reflejaba en sus cabezas rubias y, parecían dos soles. Sonreí y volví a cerrar la puerta. Pasé de largo de la habitación de mi madre porque sabía que a esa hora nunca estaba despierta aunque quisiese. Fui al baño a darme una ducha de agua fría y, me fijé en mi reflejo. Estaba roja, tenía el pelo alborotado y con una herida en el hombro derecho. No había cambiado nada, seguía siendo la misma de siempre.
No me parecía a mis hermanas, que eran rubias con los ojos azules. Ellas eran como mi padre, que apenas habían visto y poco se acordaban de él. Mi madre había quemado todas las fotos donde aparecía, excepto una, que la tenía escondida.
Yo, en cambio, lo único que tenía de rubio eran mis mechas californianas que habían sido producto de una apuesta con Amber.
Lo que odiaba es que yo era como el joven doble de mi madre y me odiaba por eso, pero dejé que esas ideas se las llevara el agua oscura que corría por el desagüe. Sentía cada gota que me caía en la cara como un alivio para todo.
Me tomé bastante tiempo hasta terminar. Luego fui a mi habitación y me puse el bikiny, sabía que lo terminaría utilizando al cabo de la mañana, encima una camisa de tirantes gris y unas calzonas vaqueras. Escuché unos pasos y risas, por lo que supuse que eran mis hermanas. Hice como si no me hubiera dado cuenta y fui otra vez a su habitación, donde seguramente estaban escondidas detrás de la puerta mirando lo que estaba haciendo. Cuando escucharon que me estaba acercando se volvieron a meter rápidamente en la cama, haciendo que chirriaran los muelles, delatándolas. Abrí la puerta y cada una estaba en su cama con una sonrisa en la cara.
Cogí a Stacy, que estaba en el lado derecho y la llevé hasta la cama de Stephanie, al lado contrario. Dejaron ver sus pequeños dientes, pero se resistían a abrir los ojos. Empecé a hacerles cosquillas. Se retorcían y cada vez reían más alto. Al fin abrieron los ojos y se levantaron como un resorte. Yo fui a cogerlas todo lo rápido que pude y abracé fuerte a Stacy, mientras que Stephanie se agarró a mi pierna como un mono.
El ruido era considerable y oí un bostezo que provenía de la habitación de mi madre. Les hice un gesto a mis hermanas para que se callaran. Tenía que irme enseguida, daba igual a dónde tuviera que ir, aunque la puerta estuviera cerrada, sabía que dentro de poco entraría para ver a las niñas.
De pronto, la puerta se abrió y nos miró a las tres.
-¿Es que no puedo dormir tranquila ni un día? -las risas ya se habían acabado y mis dos hermanas bajaron la cabeza a modo de arrepentimiento, menos yo.
-Ha sido culpa mía. Las he despertado cuando me he duchado -rezaba por que no me preguntara si me había ido más temprano a patinar.
-Cómo no, siempre tú. Pues intenta hacer menos ruido -dijo mientras se frotaba los ojos Menos mal por lo menos no se había dado cuenta, pero no podía tomarla enserio con el aspecto que tenía: un pijama con un oso gigante en el pecho de hacía ya muchos años, el pelo alborotado y los ojos hinchados -. ¿Qué hora es?
-La ocho y media.
-¿Qué? Y yo me levanto a estas horas en verano. ¿Es que no podéis dejar de molestar? -dijo mirándonos a cada una y suspiró.
-Cállate, ya te he dicho que ha sido culpa mía. Duérmete si quieres otra vez. De todas formas eso se te da genial -me levanté, la aparté de la puerta y fui a la cocina. No me podía callar, pero sabía que me estaba metiendo en problemas.
-Uh, ¿ya vienes de malas maneras? ¿Sabes que a mí no me puedes hablar así? Sino, ya sabes que fuera de casa.
-Entonces, ¿quién te ayudará a pagar la mitad de la hipoteca?- en ese momento se quedó en callada. Ella apenas trabajaba y, si lo hacía, era limpiadora de una mujer con bastante dinero, que no era nada amable. Yo trabajaba en una tienda de skate y mi padre solo le daba a mi madre la pensión alimenticia de las niñas, que misteriosamente se quedaba en lo justo para la comida.
-Sabes que ese es tu deber. Me tienes que ayudar a pagar, porque vives bajo mi techo -estaba de acuerdo, podía pagarlo sin ningún problema, pero, ¿mantenernos a todas? Un retundo no. Solo lo haría si no tuviera más opción.
-Prefiero irme de casa antes que tener que escuchar tus estupideces -dije indiferente.
-Pues vete. No sabes hacer otra cosa que montar en esa tabla. Como te veas en la calle dentro de unos años no pienso ayudarte -pensaba que podía hacerme daño con esas palabras, pero se equivocaba.
-Si fueras tú la que estuviese en la calle seguro que la cosa cambiaba. Por lo menos yo sé hacer algo, no como tú -fui a la entrada. Me despedí de mis hermanas con un gesto de mano, que estaban sentadas en el pequeño sofá del salón con un semblante triste.
Mi madre me siguió hasta la puerta, gritando cosas a las que dejé de prestar atención y, le cerré la puerta en las narices.
Luego en la calle no sabía qué hacer. Era demasiado temprano para llamar a Amber y no quería molestar a Eric con mis historias familiares, ya que hoy era día de chicos y estaba con Jackson.
Busqué en los bolsillos algo de dinero para ir a tomar algo a una cafetería, pero en vez de eso encontré algo mucho mejor. La copia de las llaves de la moto de Jackson. Esa mañana iba a ser muy divertida.
                                                                 
                                                                       * * * 

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